Los antibióticos son medicamentos específicamente diseñados para combatir las infecciones causadas por bacterias. Su mecanismo de acción consiste en atacar diferentes estructuras o procesos vitales de las bacterias, ya sea destruyéndolas directamente (efecto bactericida) o impidiendo su crecimiento y reproducción (efecto bacteriostático).
Es fundamental comprender que los antibióticos únicamente actúan contra bacterias, no contra virus. Las infecciones virales como el resfriado común, la gripe o la COVID-19 no responden al tratamiento antibiótico. Esta distinción es crucial para evitar el uso inadecuado de estos medicamentos.
El uso responsable de antibióticos es esencial para mantener su efectividad. El consumo inadecuado puede generar resistencia bacteriana, convirtiendo infecciones tratables en problemas de salud graves. Por ello, siempre deben utilizarse bajo prescripción médica y completar el tratamiento indicado.
Los principales mecanismos antibacterianos incluyen:
Las penicilinas constituyen uno de los grupos antibióticos más utilizados en España. La amoxicilina es ampliamente prescrita para infecciones respiratorias, urinarias y de tejidos blandos, mientras que la ampicilina se emplea principalmente en infecciones gastrointestinales y genitourinarias. Estos medicamentos actúan inhibiendo la formación de la pared celular bacteriana.
Las cefalosporinas como la cefalexina y cefuroxima ofrecen un amplio espectro de acción contra bacterias gram-positivas y gram-negativas. La cefalexina es especialmente efectiva en infecciones de piel y tejidos blandos, mientras que la cefuroxima se utiliza frecuentemente en infecciones respiratorias más complejas.
Los macrólidos, incluyendo azitromicina y claritromicina, son alternativas valiosas para pacientes alérgicos a penicilinas. Son particularmente efectivos contra infecciones respiratorias atípicas y algunas infecciones de transmisión sexual.
Las fluoroquinolonas como ciprofloxacino y levofloxacino se reservan generalmente para infecciones más graves debido a su potente acción. Las tetraciclinas mantienen su utilidad en infecciones específicas como la enfermedad de Lyme o ciertas infecciones dermatológicas.
Los antibióticos se prescriben para tratar una amplia variedad de infecciones bacterianas, siendo fundamentales en la práctica clínica moderna. Su uso adecuado es crucial para garantizar la eficacia del tratamiento y prevenir el desarrollo de resistencias bacterianas.
Representan una de las indicaciones más frecuentes, incluyendo neumonías, bronquitis bacterianas, sinusitis y otitis media. Estas infecciones suelen requerir antibióticos de amplio espectro como amoxicilina/ácido clavulánico o macrólidos como la azitromicina.
Las cistitis, pielonefritis y uretritis bacterianas son tratadas habitualmente con quinolonas como ciprofloxacino o antibióticos específicos según el antibiograma del paciente.
Incluyen celulitis, impétigo, abscesos y heridas infectadas. El tratamiento depende de la gravedad y localización, utilizándose frecuentemente penicilinas, cefalosporinas o clindamicina.
Gastroenteritis bacterianas, infecciones por Helicobacter pylori y colitis requieren protocolos específicos que pueden incluir combinaciones de antibióticos.
La prevención de infecciones postoperatorias mediante la administración profiláctica de antibióticos es una práctica estándar en muchas intervenciones quirúrgicas, especialmente en cirugías de alto riesgo.
En España, existe un conjunto de antibióticos que se prescriben con mayor frecuencia debido a su eficacia, seguridad y amplio espectro de acción. Estos medicamentos constituyen la primera línea de tratamiento para la mayoría de infecciones bacterianas comunes en nuestro país.
Este antibiótico de amplio espectro es uno de los más utilizados en España. La combinación con ácido clavulánico previene la resistencia bacteriana y amplía su eficacia contra microorganismos productores de betalactamasas.
Macrólido muy prescrito por su comodidad posológica y excelente tolerancia. Es especialmente útil en infecciones respiratorias y su administración de corta duración mejora el cumplimiento terapéutico.
Los antibióticos se presentan en múltiples formas farmacéuticas: comprimidos, cápsulas, sobres, suspensiones orales, jarabes pediátricos y formulaciones inyectables para uso hospitalario. Esta variedad permite adaptar el tratamiento a las necesidades específicas de cada paciente, considerando edad, peso y gravedad de la infección.
La resistencia antibiótica representa uno de los mayores desafíos de salud pública en España y a nivel mundial. Este problema creciente surge principalmente del uso inadecuado y excesivo de antibióticos, que favorece la selección de bacterias resistentes capaces de causar infecciones más graves, difíciles y costosas de tratar.
Completar el tratamiento antibiótico según la pauta prescrita por el profesional sanitario es fundamental para combatir la resistencia bacteriana. Esto implica respetar estrictamente la dosis indicada, los intervalos entre tomas y la duración total del tratamiento. Esta adherencia reduce significativamente la probabilidad de supervivencia de bacterias parcialmente sensibles y limita el desarrollo de resistencias.
Es esencial evitar la automedicación y el uso de restos de tratamientos previos. Los antibióticos deben tomarse únicamente cuando un profesional sanitario los prescribe y para la infección específica diagnosticada. Muchas infecciones de origen viral no requieren antibióticos, por lo que su uso indiscriminado debe evitarse completamente.
La prevención de infecciones y la resistencia antibiótica incluye múltiples estrategias:
El farmacéutico desempeña un papel fundamental en la promoción del uso responsable de antibióticos. Sus funciones incluyen verificar la posología y duración del tratamiento, informar sobre posibles efectos adversos e interacciones medicamentosas, e insistir en la importancia de completar la terapia prescrita.
Además, el farmacéutico debe detectar recetas inadecuadas y derivar al médico cuando sea necesario, participar en programas de vigilancia epidemiológica y colaborar en iniciativas de uso racional de antimicrobianos, ofreciendo consejo práctico para minimizar riesgos y fomentar un uso responsable que preserve la eficacia de los antibióticos para las generaciones futuras.
El uso de antibióticos requiere especial atención en determinados grupos de población y situaciones clínicas específicas, donde el balance beneficio-riesgo debe evaluarse cuidadosamente.
Durante el embarazo y la lactancia es crucial seleccionar antibióticos con un perfil de seguridad bien establecido. Algunos antibióticos, como las tetraciclinas o determinadas fluoroquinolonas, generalmente se evitan debido a sus posibles efectos adversos sobre el feto o el lactante. Siempre debe consultarse con el médico antes de iniciar cualquier tratamiento antibiótico durante estos períodos.
En niños y personas mayores es frecuente la necesidad de ajustar las dosis según el peso corporal, la función renal y hepática. Ambos grupos requieren una vigilancia especialmente estrecha debido al mayor riesgo de efectos adversos y a las particularidades farmacocinéticas propias de estas edades.
Las interacciones con otros medicamentos pueden reducir significativamente la eficacia del antibiótico o aumentar su toxicidad. Es especialmente importante revisar la medicación concomitante en pacientes que toman anticoagulantes, antiácidos o determinados antirretrovirales.
Los efectos secundarios más frecuentes de los antibióticos incluyen:
Es fundamental consultar al médico urgentemente ante la aparición de erupción cutánea intensa, dificultad respiratoria, ictericia o diarrea severa persistente, ya que esta última puede indicar una infección por Clostridioides difficile, una complicación potencialmente grave.
En casos de embarazo, lactancia, presencia de enfermedades crónicas o polimedicación, siempre debe solicitarse consejo profesional antes de iniciar cualquier tratamiento antibiótico para garantizar un uso seguro y eficaz.